A la vibora de la mar....
Los niños de ayer la conocimos en las calles, era parte del catálogo de juegos diarios que nos exigían movimiento, canto y socialización con todos los amigos del barrio. Dos participantes unían sus brazos para hacer un puente y el resto, en fila unida con las manos, iniciaba la carrera y el canto: “A la víbora, víbora de la mar…”. ¿Qué misterio esconde esta víbora? ¿Acaso es reminiscencia de algún desaparecido monstruo marino?
Desde siglos antes de le era cristiana, los griegos fundaron colonias en la península Ibérica. Ahí permanecieron por siglos hasta que poco a poco fueron asimilados por la dominante cultura de los romanos. No obstante, algunas huellas dejaron y, entre ellas, las de los pequeños que, como los de todos los lugares y todos los tiempos, hacían sus juegos imitando lo que veían y lo que vivían.
En el rudimentario comercio, los arrieros llegaban a los pueblos con su recua de mulas cargadas de mercancía y para pasar los puentes tenían que pagar una cuota que en tiempos de dominación árabe la llamaron almojarifazgo. Poco pudientes, los arrieros solían pagar en especie dando parte de su mercancía o ya de plano la última mula con todo y carga.
De esta circunstancia, los niños griegos jugaban a hacer un puente y el resto simulaba la recua de mulas de las que, una de ellas, la de atrás, se quedaba para pagar el derecho de paso. Gonzalo Correas, un autor del siglo XVI, al respecto escribió con su ortografía que le era característica:
“Andar, libón, libón. -¿Ké nos daréis en prezio? -El borriko trasero. Palavras de un xuego de muchachos ensartados unos kon otros komo rrekua, mui antiguo. «Libón» es griego, ke sinifika: el postrero; korruto un poko de «loipón» en «lipón», i éste en «libón».
Este antiquísimo juego se fue extendiendo por los pueblos españoles y moldeado por las voces infantiles, de él
Toreando alalimon
surgieron muchas variantes. El “Andar libón, libón” en algunas partes pasó a ser “Andar lirón, lirón”, en otras “Alalimón, alalimón” de donde surgiría la frase taurina “torear alalimón”, por el puente que hacen dos toreros con el capote que recuerda el que hacen los niños en el juego; además, esta variante es la que los niños mexicanos convirtieron en “Al ánimo, al ánimo la fuente se cayó…”, ¿la fuente? ¡No, era la puente!, como se dijo primero, pero cuando puente pasó de ser femenino a masculino, estos niños “traviesos” lo cambiaron por una fuente.
En el norte de España, en tierras vascas, la creatividad de los niños de la costa del Cantábrico substituyó la recua de mulas por una de bígaros o vígaros, un tipo de caracol comestible muy típico de esa zona. Después de todo, eso es lo que les era familiar. Así cantaban el juego:
“Vígaros, vígaros de la mar, ¿quién por aquí podrá pasar?,
por aquí yo pasaré y un infante dejaré,
ese infante ¿quién será?; un borriquín que atrás quedará”.
Ternuritas, no les importó transmutar los caracoles en infantes y luego en borricos.
A estas alturas, el agudo lector ya habrá adivinado por dónde va la cosa. Las inmigraciones asturianas trajeron a México esta variante y los niños mexicanos, para quienes los vígaros de la mar no tenían ningún sentido, substituyeron la palabra con otra que se le parecía y así nació “a la víbora, víbora de la mar…”, que si bien ya ha desaparecido de las calles, se mantiene en la memoria popular y sí, todavía en las bodas que se celebran en México.
Nunca se imaginaron aquellos pequeñines griegos que a sus juegos, inspirados en aquellos puentes y en aquellas recuas, les esperaba un largo viaje en el tiempo y en el espacio que habría de convertir su “Andar libón, libón” en la misteriosa víbora de la mar. Así se las gasta la magia infantil.