ARTABÁN Y LA LEYENDA DE LOS CUATRO REYES MAGOS

Y de repente, una estrella más brillante que todas las demás apareció en el firmamento. Llamó la atención de todas las personas del mundo y muchos, vieron una señal en ello, decidiéndose a seguir esa señal del cielo. Entre ellos, cuatro sabios astrónomos, que pronto supieron que debían seguirla para adorar la hijo de Dios en su nacimiento. Sus nombres: Melchor, Gaspar, Baltasar y Artabán.

Cada uno en una parte del mundo, decidieron juntarse en el zigurat de Borsippa para, desde allí, hacer el último tramo del camino juntos. Melchor partió desde Europa llevando mirra. Por su parte, Gaspar salió de Asia con aromático incienso. Baltasar dejó su África natal portando oro. Y Artabán, el cuarto de los llamados Reyes Magos, partió desde su casa en el monte Ushita llevando consigo un mágico diamante, una piedra de jaspe y un fulgurante rubí.

En su camino a Borsippa, Artabán, de roja barba larga y ojos nobles y profundos, se encontró a un hombre anciano que había sido víctima de unos bandidos. Le habían golpeado y robado, y se encontraba en mitad del desierto, perdido. El mago interrumpió su viaje para ayudar al malherido anciano y le regaló su diamante para que se recuperase de su ruina. Cuando llegó al punto de encuentro con los otros tres sabios, sus compañeros ya habían partido.

Continuó pues en soledad su camino, siguiendo aquella estrella, buscando su destino. Cuando llegó a Belén, ni sus compañeros ni la Sagrada Familia estaban allí. Jesús, María y José habían partido huyendo de Herodes y sus soldados, que estaban degollando a todos los niños recién nacidos. Mientras uno de esos soldados sostenía a un bebé para darle muerte, Artabán, apiadado por semejante imagen, ofreció el rubí a cambio de la vida del niño y consiguió salvarlo. Aquello llegó a oídos de Herodes, que lo hizo preso y lo castigó a treinta años de cautiverio en el palacio de Jerusalén.

Durante su encierro, le fueron llegando noticias sobre misteriosas curaciones, milagros y fabulosos hechos llevados a cabo por un Mesías al que llamaban el Rey de Reyes. Artabán sabía que ese era el niño al que había ido a adorar y todavía tenía la piedra de Jaspe para poder cumplir su objetivo y llevarle algún presente. Pasado el tiempo de su castigo, el sabio fue liberado y se decidió a buscar a Jesús de Nazaret para ofrecerle el regalo que durante tanto tiempo había guardado.

Cuando pasaba por un mercado, observó como un comerciante subastaba a su hija para liquidar sus deudas. Apiadado por la vida de la muchacha, Artabán compró su libertad con el pedazo de Jaspe, gastando así la última de las ofrendas que guardaba para el hijo de Dios. En aquel momento, cuando el sentimiento de fracaso le invadía todo el cuerpo, los romanos crucificaron a Jesús, lo que hizo temblar el suelo y tambalearse los muros de la ciudad. En esto, una piedra de un muro cayó sobre Artabán, golpeándole fuertemente en la cabeza y dejándole herido de muerte.

En su lecho, pasados tres días de agonía desde el accidente, recibió la visita de un hombre con una mirada serena pero fuerte. El mago supo rápidamente que se trataba de Jesús y le dijo: "Te he fallado, no pude traerte ningún regalo ni presente, no he llegado a tiempo...". Entonces Jesús le dijo: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste. ¿Cómo que no has llegado a tiempo? Has estado siempre presente". Desorientado y exhausto, muy próximo a la muerte, Artabán le preguntó: "¿Cuándo hice yo eso? Yo quería traerte tres piedras preciosas...", a lo que Jesucristo resucitado le contestó: "Lo que hiciste por aquella gente, utilizando mis regalos, lo hiciste por mí. La compasión, la solidaridad y la generosidad son mejores presentes que cualquier piedra preciosa"