DIOS, LOS CIENTÍFICOS Y LA CREACIÓN DEL UNIVERSO

fuente: https://elobservadorenlinea.com/

Para los cristianos no hay grandes complicaciones: Dios es el Creador de todas las cosas, punto. Esto es una revelación dada por Él mismo; y, como Dios nunca miente, es una verdad absoluta.

Sin embargo, como la fe no es contraria a la razón —aunque los ateos las presenten falsamente como incompatibles—, los creyentes no tienen miedo alguno de echar mano de la ciencia para investigar, en un plano natural, cómo fue que el cosmos apareció. Por eso ha habido tantos cristianos científicos. Más aún, por eso ha habido tantos clérigos científicos.

Y, hasta la fecha, en la Santa Sede continúa operando uno de los observatorios más antiguos del mundo: el Specola Vaticana u Observatorio Vaticano, cuyo origen se remonta a 1578, cuando el Papa Gregorio XIII ordenó construirlo y encargó a los jesuitas astrónomos y matemáticos del Colegio Romano que prepararan la reforma del calendario. Desde entonces, la Santa Sede no ha cesado nunca de manifestar el propio interés y apoyo a la investigación astronómica.

LOS CIENTÍFICOS ATEOS SE DEVANAN LOS SESOS

¿Pero qué ocurre fuera del Vaticano en esta materia? Sobre el origen del universo ha habido diversas teorías científicas, pero sin duda la del Big Bang —en castellano «la Gran Explosión»— es la que en la actualidad sigue teniendo más adeptos, tanto entre astrofísicos creyentes como no creyentes.

Uno de estos no creyentes, el famoso científico británico discapacitado Stephen Hawking (1942-2018), creía que, para entender el universo, Dios era absolutamente innecesario porque bastaba con las leyes de la física: «Nuestro universo no necesitó ninguna ayuda divina para formarse», dijo.

Hawking creía en la teoría del Big Bang, que, por cierto, fue formulada en 1931 por un belga creyente: el sacerdote católico Georges Lemaître (1894-1966).

El padre Lemaître descubrió que el universo está en constante expansión, es decir, que las galaxias se están distanciando unas de otras, y, por tanto, que dicha expansión debería remontarse en el tiempo hasta un único punto de origen, un punto tremendamente pequeño y denso al que Lemaître llamó «átomo primigenio».

Retocada con los años, esta teoría acabo siendo conocida con el nombre de Big Bang, dado que el universo habría comenzado su expansión debido a una gran explosión que lanzó en todas las direcciones la materia existente y puso a andar el tiempo.

¿Pero que materia podría haber sido lanzada si, como dice Lemaître , lo primero que habría existido —aparte de Dios eterno, claro está— era ese átomo único?

Según Hawking «no había nada antes del Big Bang»: ni materia, ni espacio ni tiempo.

Sin embargo, desde el punto de vista de la ciencia, la nada no puede ser origen de algo. Para que de la nada aparezca algo no hay otra respuesta posible que la existencia de una Inteligencia Creadora, es decir, Dios Todopoderoso.

Y ocurre entonces que los científicos ateos acaban sin respuestas reales cuando intentan explicar el origen del cosmos o de la vida; entonces escriben libros que pretenden demostrar que han hallado la solución «científica» al enigma, cuando en realidad no es así.

En el caso de Stephen Hawking, acabó incluso contradiciendo las leyes de la física que tanto defendía, pues en su afán de negar a Dios lanzó la más extravagante de las hipótesis: que el universo se creó a sí mismo de la nada gracias a que en ese momento todas las leyes de la física dejaron de ser aplicadas.

Ya afirmaba el físico francés Blas Pascal que hay «dos excesos: excluir la razón y no admitir sino la razón». Arno Penzias, Premio Nobel de física 1978 lo dijo así: «Si no tuviera otros datos que los primeros capítulos del Génesis, algunos de los Salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado a la misma conclusión en cuanto al origen del universo que la que nos aportan los datos científicos». Y Arthur L. Schawlow, Premio Nobel de física 1981: «Al encontrarse uno frente a frente con las maravillas de la vida y del universo, inevitablemente se pregunta por qué las únicas respuestas posibles son de orden religioso… Tanto en el universo como en mi propia vida tengo necesidad de Dios».