ESCUELA PARA MUJERES

Miguel Mendez 16 de jul. de 2020

por Miguel Mendez, fuente: https://mytierraadentro.com/

Profesora Elvia Ortega. (Generación 61-68) Gracias a Denia Ortega por su imagen.

Cuando yo entre a la escuela primaria la maestra del grupo era ¿Elvia Ortega? Quien a mitad del ciclo escolar renunció para casarse con Nachito Estrella. La sustituyo como maestra Conchita Estrella Tiznado, que estaba recién graduada creo yo, de maestra, y es de quien aprendí a leer y escribir. Era joven, entusiasta y con mucha vocación y la recuerdo enseñándonos las letras con unas cartitas que traían un dibujo.

En el kínder, un año antes tuve de maestra a su hermana, Chita Estrella Tiznado y aún veo cuando nos contaba y leía cuentos. Fabuloso. Y unos años después, en cuarto de primaria, tuve de maestra a otra hermana de ellas, Amanda, Mami Estrella Tiznado, quien tenía fama de regañona y cacheteadora, pero yo no tengo queja al respecto, siempre me trató súper bien. Ella me enseño las tablas de multiplicar hasta el 10.

Los hermanos de ellas, Sergio, Mario, Gochi, Jorge son también profesionistas en distintas disciplinas.

Como ésta entrañable familia, hay otras en el pueblo que también tuvieron y tienen mas de dos profesionistas.

Los puse de ejemplo para tratar de destacar que en Pitiquito, desde hace muchos años, cien o más, ha existido una preocupación verdadera y profunda por la educación. Yo no sé si en otros pueblos de tamaño similar en el estado, exista la misma preocupación y cultura.

Desde siempre ha existido las ganas de los jóvenes por progresar y prepararse y de los padres por apoyarlos con y como pueden.

Mi padre, Miguel Méndez Bustamante, estudio en Hermosillo, con el Profesor Heriberto Aja, en los años 30s y se graduó y tituló de “Tenedor de Libros” el equivalente al Contador Público de hoy.  Ahí está en casa el enorme título que lo acredita como tal. Obviamente en esos años eran pocos, poquísimos los que salían a estudiar fuera, era difícil, no había ni carreteras, ni medios de comunicación como hoy y además “pa qué salir a estudiar, si no vas a poder trabajar en el pueblo, no hay dónde. Mejor quédate aquí en el rancho, o en el campo, te va mejor”.

Con el correr de los años, cada vez fueron más los muchachos que salían a estudiar y en los 50s ya algunas mujeres también se animaron y cada vez se fue ampliando más el horizonte y a falta de algunas carreras en Hermosillo, la opción era la ciudad de México. El Dr, Benjamín Lizárraga debe de haberse ido a a estudiar a la UNAM a principios de los 50s creo.

En los 60s y 70s fue un boom podríamos decir, más en los 70s cuando ya se abrió la prepa en Caborca.

Hoy ya nadie se asombra, hoy ya no son excepciones los que salen a estudiar, más bien al contrario, son excepciones los que se quedan en el pueblo y no intentan estudiar una carrera profesional.

A finales de 1800 y principios de los 1900 en Pitiquito existía sólo la Escuela para Varones a la cual acudían pocos chamacos del pueblo. No se hasta qué grado llegaban. Por muchos años su maestro fue Santos G. Lizárraga.

Las mujercitas no tenían esa oportunidad, no había escuela para ellas y la costumbre en las casas era que no estudiaran y se quedaran a aprender los quehaceres del hogar consistentes en cocinar, limpiar, bordar, coser prendas y llevar una casa en forma, con lo cual se preparaban para ser unas excelentes mujeres casaderas y después unas buenas esposas, “como Dios manda”.

Pero siempre ha habido mujeres luchadoras, guerreras decimos ahora. Esas que no se conforman con su situación y que pelean por lo justo. Imagínense una mujer en 1890 en el pueblo, peleando por la igualdad, por la equidad.

En alguna de las tantas familias Lizárraga del pueblo debe haber alguien que se sepa la historia completa y con más detalles. Yo solo cuento lo que oí muchísimas veces en mi casa, o sea, tradición oral, no me sé las fechas exactas ni si el nombre era ese realmente, ni a qué familia Lizárraga, pertenecía.

Juanita Lizárraga, era una muchacha joven, tal vez de unos 20 años. Dicen que era físicamente agraciada, guapa, ojos claros y con mucho porte, como correspondía a las damitas de la época. Juanita no estaba de ninguna manera conforme con la situación. No estaba de acuerdo con que en el pueblo solo existiera Escuela para Varones y no existiera una Escuela para Mujeres. No se le hacía justo que los hombres si, y las mujeres no, tuvieran acceso a la educación. Ella había deseado muchas veces, durante su infancia y adolescencia, estar en una escuela y recibir el saber de los libros. Sabía leer y escribir, porque se lo habían enseñado en casa y tenía acceso a libros que había en casa y que con toda seguridad los hombres compraban o recibían.

Probablemente era hermana de Don Santos G. Lizárraga, el maestro de la escuela para varones, o pariente cercano y de ahí su interés y vocación, porque ella hubiera querido enseñar a las niñas del pueblo.

Ella sabía que en otras partes de la república se habían ya abierto Escuelas para Mujeres. Cómo lo sabía tomando en cuenta que estamos hablando de 1890 y tantos, en un pueblo en medio del desierto con poca comunicación al exterior, no lo sé.

Era tal su inconformidad con la situación que tal vez pensó “alguien tiene que hacer algo, pero tiene que ser una mujer, a los hombres les vale”. Y en su cabeza comenzó a tomar forma la idea de pedirle al mismísimo Presidente de la República, Don Porfirio Diaz, que se autorizara y se abriera una Escuela para Mujeres en Pitiquito. Podría escribirle una carta y mandarla a Palacio Nacional, pero con toda seguridad no la recibiría el Presidente sino algún segundón. Trasladarse a la capital hasta Palacio Nacional, parecía una aventura para locos tomando en cuenta que la Ciudad de México está a 2800 kilómetros, “pero no imposible” pensó.

Para darnos una idea de la firmeza de su carácter, del tipo de mujer que era y de sus convicciones consiguió – ¿Cómo? Quien sabe- primero, que la dejaran ir a la Capital y segundo que la trasladaran hasta Santa Ana, Sonora, distante a 100 Km de Pitiquito para tomar el tren, que unos años antes se había inaugurado y al cual jamás se había subido.

La llevaron en carruaje de mulas a Santa Ana, debe de haber hecho un día y medio cuando menos y ahí tomó el ferrocarril de vapor a la ciudad de México. Probablemente alguien la acompañó, no lo sé.

El caso es que Juanita llegó a la Capital, enorme ya para esa época, se trasladó a Palacio Nacional y – de nuevo ¿Cómo? Quien sabe—pero logró una audiencia con el mismísimo Presidente Porfirio Díaz quien la recibió y escuchó su petición.

Tal vez prendado por la belleza de Juanita, Porfirio Díaz le dijo que esa noche daría un baile en su residencia particular – que creo era el mismo palacio nacional—y que la invitaba al baile y que ahí le daría la respuesta.

Juanita le dijo que “encantada, gracias por la invitación Señor Presidente, ahí estaré”. No era como para andar con remilgos después de haber viajado tantos días y desde tan lejos.

Esa noche y en Palacio Nacional, Juanita Lizárraga, de Pitiquito, Sonora, bailó con el Presidente Porfirio Díaz quien ya llevaba la autorización en mano “para que se abriera la Escuela para Mujeres en Pitiquito, Sonora y se asignara una maestra que la atendiera”.

Cuentan que se la entregó no sin antes hacer elogiosos comentarios de tan “inteligente, enjundiosa y bella Dama”.

Semanas después Juanita regresó al terruño y comenzaron los preparativos para abrir la Escuela para Mujeres, causando una revolución literal en el pueblo, lo cual contaré en el próximo

Escuela para mujeres capitulo 2


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