Ignacio Asúnsolo: Un escultor forjado entre la Revolución, la Escuela de París y el alma de Pitiquito
Raíces en el Norte su legado (1890-1908):
Ignacio Asúnsolo, nacido el 15 de marzo de 1890 en la Hacienda de San Juan Bautista, Durango, llevó en su alma la huella del norte de México, con sus paisajes vastos y su espíritu indómito. Sin embargo, la verdadera raíz de su identidad se encontraba en Pitiquito, Sonora, pueblo natal de su madre, Carmen Mazón Bustamante. Hija de José Maria Mazón Ortiz y Juana Bustamante Perez, Carmen le transmitió la herencia cultural y el carácter fuerte de la comunidad sonorense, elementos que marcarían profundamente la vida y obra del artista.
Desde su infancia, Ignacio mostró una inclinación natural hacia las artes, especialmente la escultura. Guiado por su madre, aprendió a modelar figuras en cera y parafina, descubriendo en el arte un medio de expresión y conexión con el mundo. Su infancia en Parral, Chihuahua, lo expuso a la realidad social de los mineros, a quienes retrataba con barro, despertando en él una profunda sensibilidad social que se plasmaría en su obra futura.
Formación y búsqueda de la excelencia (1908-1919):
A los 18 años, Ignacio se trasladó a la Ciudad de México para ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Bajo la tutela de maestros como José María Velasco y Enrique Guerra, se formó en el rigor de la forma clásica y la importancia de la técnica. Su espíritu rebelde y su compromiso con la renovación artística se manifestaron en su participación en la huelga estudiantil de 1911, buscando romper con las estructuras tradicionales y abrir nuevos caminos para la expresión creativa. Tras graduarse, obtuvo el primer lugar en la Exposición Nacional de Bellas Artes con su obra "Ídolo Roto", una escultura llena de dramatismo y expresividad que anticipaba la fuerza de su estilo.
París: la Escuela Moderna y la expansión del horizonte (1919-1924):
Becado por el gobierno mexicano, Ignacio viajó a Europa para continuar su formación artística. En París, se sumergió en las vanguardias de la escultura moderna, aprendiendo de maestros como Aristide Maillol y Charles Despiau. Su estilo se enriqueció con elementos del realismo estilizado, el arte prehispánico y la influencia del clasicismo, creando una síntesis única que reflejaba su visión personal del mundo.
El escultor del Vasconcelismo y la construcción de una identidad nacional (1924-1930):
A su regreso a México, Ignacio se convirtió en el escultor predilecto de José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación Pública. Participó activamente en su proyecto cultural postrevolucionario, plasmando en sus obras los ideales de humanismo, universalismo y la construcción de una nueva identidad nacional. Creó obras emblemáticas como el conjunto escultórico de la SEP, con la imponente figura de la Minerva como símbolo de la sabiduría, y el Monumento a los Niños Héroes, donde la Patria es representada como una figura luctuosa y noble. Su arte se convirtió en un vehículo para expresar el espíritu de un México en transformación, buscando reconciliar su pasado indígena con su presente moderno.
Entre la tradición y la vanguardia: una voz propia en la escultura mexicana (1930-1965):
A lo largo de su carrera, Ignacio mantuvo un diálogo constante entre la tradición y la modernidad. Si bien fue criticado por Diego Rivera por su apego al academicismo, su obra evolucionó hacia un estilo propio, integrando elementos del arte prehispánico, la escultura moderna europea y su propia visión personal. Realizó numerosos monumentos y retratos, como el Monumento a Álvaro Obregón, el Monumento a la Madre Proletaria y bustos de personalidades como Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán. Su interés por la figura femenina se plasmó en esculturas como "La Pensadora" y "Mi Madre", donde se destaca la fuerza, la dignidad y la belleza de la mujer.
Pitiquito en el corazón: "Una Madre al final del camino" (1955) y su nuevo hogar:
En 1955, Ignacio creó una de sus obras más conmovedoras: "Una Madre al final del camino", inspirada en su madre, Doña Carmen Mazón Bustamante, originaria de Pitiquito. Esta escultura, inicialmente ubicada frente a la Universidad de Sonora en Hermosillo, representa un homenaje a la mujer que lo guió en su camino artístico y a sus raíces sonorenses. La obra, cargada de simbolismo y emoción, refleja la vejez, la maternidad y el ciclo de la vida, temas que el artista abordó con sensibilidad en otras esculturas. Años después, la escultura encontró un nuevo hogar en el Parque de la Madre en la colonia Olivares de Hermosillo, un espacio dedicado a la maternidad donde la obra adquiere un significado aún más profundo y puede ser apreciada por un público más amplio.
Legado y trascendencia de un artista completo:
Ignacio Asúnsolo falleció en la Ciudad de México en 1965, dejando un legado invaluable en la historia del arte mexicano. Su obra, caracterizada por la monumentalidad, el simbolismo y la expresividad, continúa siendo un referente para las nuevas generaciones de escultores. Su figura se erige como un puente entre la tradición clásica y la modernidad, contribuyendo a la construcción de la identidad nacional mexicana a través de su arte. Su conexión con Pitiquito y el homenaje a su madre en "Una Madre al final del camino" agregan una dimensión personal y emotiva a su trayectoria, revelando la importancia de sus raíces y afectos en su producción artística. La reubicación de la escultura al Parque de la Madre asegura que este legado perdure y siga inspirando a las generaciones presentes y futuras.