LAS PELIGROSAS TRAVESÍAS POR EL DESIERTO DE ALTAR

Naturaleza 4 de jun. de 2020

Por: Germán Miranda Agramón. (Esto es Sonora)

LAS PELIGROSAS TRAVESÍAS POR EL DESIERTO DE ALTAR

Cuando aún no existía la moderna carretera que va desde San Luis Río Colorado hasta Santa Ana, las travesías por el desierto de Altar, o desierto de Sonora, como es más conocido mundialmente, en un principio se hacían a lomo de bestia o en carruajes tirados por mulas, que son más resistentes y fuertes que los caballos, en los remotos tiempos de la conquista española y durante la independencia, y posteriormente, en las dos primeras décadas del siglo XX, o casi a las tres décadas de iniciado siglo veinte. Después se utilizaron las famosas diligencias que Valdemar Barrios Matrecito describe ampliamente en su obra: “Por las rutas del desierto”, las cuales se desplazaron en los años transcurridos entre 1928 y 1942, cuando casi desaparecieron del mapa. El tramo más largo, desolado, y peligroso eran los más de 240 kilómetros que en línea no recta se hacían entre Sonoita y San Luis Río Colorado.
Después de que una caravana de Húngaros aventureros que utilizaron los servicios de un chofer de Caborca para que los guiara y transportara en cinco vehículos hasta Mexicali, hasta entonces solamente vaqueros a caballo se aventuraban para transportar ganado hasta San Luis y Mexicali a través del temible Desierto y el caudaloso Río Colorado donde se formaban grandes corrientes y pavorosos remolinos.
Para hacer el recorrido desde Nogales a San Luis, existían dos rutas: Una que tocaba la ranchería “Planchas de plata”, muy cercana a la frontera con Estados Unidos, continuando por los villorrios y poblaciones de “La Reforma”, “Tubutama”, “Atil”, “Oquitoa”, “Altar”, “Pitiquito”, “Caborca”, “Llamaradas”, “Siberia”, “Sonoita” y “San Luis Rio Colorado”.
La otra ruta, pasaba por Ímuris, La Mesa, Terrenate, San Ignacio, Magdalena, Santa Ana, Altar, Pitiquito, Caborca, Tajitos, Sonoita y San Luis.
En Sonoita empezaba el calvario, debido a que iniciaba la parte más desértica, desolada y peligrosa de ambos trayectos, pues los intrépidos viajeros encontraban largos y penosos arenales por donde ni siquiera se distinguían las rodadas de autos, que cuando pasaban lo hacían en forma muy aislada, las cuales eran borradas por el viento, las lluvias o las fuertes tormentas de arena que suelen azotar por esas latitudes.
Entre los fieros arenales del mencionado trayecto se encontraba el temible banco arenoso “El Caballo” que se encontraba donde actualmente está el parque industrial de San Luis Río Colorado, o sea a unos 1,250 metros al Este del Panteón Municipal, y constituía el último azote de los agotados y desfallecientes viajeros que tuvieron la mala fortuna de haber caminado a pie un buen trecho del Desierto de Altar bajo los inclementes rayos del sol de verano, cuando por un infortunio se les terminó la gasolina de su auto particular, cuando el vehículo quedó embancado en los arenales, o cuando éste había sufrido una descompostura en pleno trayecto de Sonoita a San Luis.
Los vehículos mejor preparados para la ruta, llamados “Diligencias” no estaban a salvo de semejante suplicio.
Podría decirse que por haber llegado al banco “El Caballo” la situación no era después de todo tan desafortunada porque lo peor ya había pasado, si se toma en cuenta que se estaba a punto de arribar al pueblito de San Luis que “solo” quedaba a unos 7 kilómetros del mencionado tramo atascoso al que no había forma posible de sacarle la vuelta sin riesgo de que los carros que lo intentaran cayeran en peores atascaderos, donde fácilmente se podía durar más de un día para desbancar el carro una y otra vez hasta lograr la hazaña de salir de aquel tramo de poco más o menos 500 metros de largo, que casi siempre estaba en las peores condiciones imaginables, solo igualadas por las pésimas condiciones de los amplios bancos arenosos vecinos, llamados “El Banco de los Húngaros” a 44 kilómetros, y “El Zumbador”, quizá el más temible de todos, a 50 kilómetros siguiendo la brecha hacia Sonoita.
Afirma nuestro amigo José Luis Arellano, famoso boxeador amateur Sanluisino de los años sesenta, que a él le tocó ver, atrás del Restaurante El Sahuaro para el lado del desierto, restos de carretas abandonadas y rines con rayos de madera que hace muchos años eran jaladas por caballos, quedando solo sus ruinas. Ahora ya no hay nada, ni una sola quedó...

(Tomado de la página el viejo San Luis, aportación de Abel de la Torre)

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