PUEBLO PARA RATO
Por Miguel Méndez. Fuente https://mytierraadentro.com/ultimos-posts/
Uno que ha sido más o menos pata de perro y que ha andado por varios lugares del país y el extranjero, puede atestiguar que la gente se asombra, se rie, se interesa y se intriga cuando preguntan, “¿De dónde eres?” y uno responde “De Pitiquito”.
Les cuesta trabajo pronunciar el nombre a pesar de no ser tan difícil como los nombres náhuatl de los pueblos del Estado de México, Hidalgo, etc.
“Piquetito”, Perriquito”, “Peluchito” “Picritito”, dicen riendo cuando se refieren al pueblo. Yo siempre les he tenido mucha paciencia y pienso “ya lo diras bien, y sin reírte cabron”. Y sÍ, terminan aceptando el término y luego quieren saber más, dónde esta, que se hace, qué es lo típico, etc.
En mis correrías por el país, en los múltiples Congresos nacionales e internacionales en los que fui organizador y/o conferencista invitado, después de que me presentaban y leían mi curriculum, me pasaban el micrófono para iniciar la conferencia y siempre iniciaba diciendo mas o menos “Yo soy orgullosamente de Pitiquito, un pueblo en el desierto de Sonora… y de ahí me arrancaba para terminar hablando de modelos estratégicos, modelos de gestión y motivación etc.
En Venezuela y en Ecuador me preguntaban “De qué parte de México eres” y cuando les decía, abrían tamaños ojos y la siguiente pregunta era “¿Y donde esta eso?” y me soltaba hablando del desierto, de la frontera con Estados Unidos y del pueblo y su gente. Me escuchaban con atención y me miraban de arriba abajo como si estuvieran viendo un extraterrestre. Los más interesados me preguntaban cómo era la vegetación, cómo eran los cactus enormes que veían en las revistas y en la tele. Les hablaba de los sahuaros, les explicaba cómo sobrevivían, y cuánto tiempo vivían; les hablaba de las choyas, de el palo fierro, de el paloverde, de las pitahayas, etc etc. Y entre trago y trago terminaba dando una conferencia del desierto, su flora, su fauna, y sus habitantes. Para ellos, pegados al amazonas era tan exótico lo que les platicaba, como para mí la selva amazónica. Invariablemente el comentario final era “Que gran cultura la del pueblo de México, que cultura tan rica”. Y yo me hinchaba de orgullo.
Nunca he negado mis raíces, ni en mis trabajos de grandes corporativos en Monterrey, ni en mi universidad, ni en las reuniones de trabajo ni con grandes políticos o funcionarios. Yo he sabido de paisanos que dicen que nacieron en Hermosillo, porque les da vergüenza decir que en Pitiquito.
Yo he encontrado que es todo lo contrario. Te abre puertas.
Es increíble pero en todo el país, y en serio, en todo el país en algún momento de mis estancias o recorridos me he encontrado taxistas, meseros, recepcionistas de hotel, cocineros, oficinistas, dueños de empresas, policías, y un etcétera enorme que o sus papás era de Pitiquito, o su tío fulano o el amigo mengano o el jefe de fulanita o el vecino de departamento, o el cliente de la semana pasada, eran o son o tienen un conocido en Pitiquito. Me he encontrado personas en Guanajuato que saben historias del Soteleño o en México una persona que sabia la historia del “Urge Tapón, río pelléndose” de Alonso Grijalva y que se lo había contado como chiste o charra a sus amigos.
Y cuando les digo que yo los conocí, quieren saber más, se ríen a carcajadas, se relajan, se abren, te aceptan y si eres abusado haces negocios fácilmente gracias a Pitiquito, al Soteleño, a Alonso Grijalva, Chu Lion, José Barrera y otros.
Asi es que, no hay nada de qué avergonzarse y si mucho de qué enorgullecerse. Lo que para nosotros es normal, para otros es extraordinario; lo que para nosotros es del día a día, para otras personas es rarísimo.
En una comida en Monterrey hace unos pocos años, platicando con mis amigos de toda la vida, se acordaron que era de Pitiquito y quisieron saber si había vuelto al pueblo. Cuando estaba en la escuela me daban carrilla y cuando regresaba de vacaciones decían ellos que yo llegaba al pueblo como en las películas, en tren y que todo el pueblo iba a recibirme con banda de música y la banda de guerra de la escuela. Sacaban risión y se doblaban carcajeándose dándome carrilla.
Bueno pues en esa comida tocamos el tema de Pitiquito de nuevo y les dije que si que había regresado, que incluso regresé a vivir ahí unos años y que iba muy seguido. Una pregunta llevó a la otra y terminé contándoles historias del pueblo y de lo feliz que era mi gente sin tráfico, sin las grandes empresas, sin los lujosos restaurantes, sin tantas cosas, pero que se tenían unos a otros y todos se conocen y todos se cuidan y todos saben la vida de todos y todos nos reimos de todos. Terminaron diciéndome, “Te envidio Miguel”.
Por eso yo digo que Pitiquito es un pueblo más mágico que los pueblos mágicos que no son otra cosa mas que una fachada para el turismo. En Pitiquito no hay fachadas, no hay hipocresías, no hay lambisconerías ni nos morimos si los turistas no llegan, nunca han llegado, nunca hemos vivido de ellos y cuando llega algún turista lo primero que pensamos es “Pobre este gringo anda bien perdido”.
Es de los pocos pueblos “vivos” que quedan en Sonora. Cuando digo “vivos” me refiero a que no esta en el proceso de desaparición que ya iniciaron hace rato muchos otros pueblos autóctonos de Sonora, en los que cada año, en lugar de crecer, la población decrece, porque son más las defunciones que los nacimientos y porque muchas familias se van y abandonan los pueblos. Eso esta pasando en los pueblos del Río Sonora y en los de la sierra alta por el Río Yaqui. Así paso en España y hoy ese país esta lleno de pueblos vacíos literalmente, donde viven 10, 12 personas donde antes vivían 3 mil.
Esa es una de las magias de Pitiquito. Aún tenemos pueblo para rato.