¿Qué es la consciencia? ¿Cómo la crea el cerebro?
fuente: https://www.investigacionyciencia.es
La consciencia es un estado de la mente, subjetivo, unificado y continuo. Radica sobre todo en áreas posteriores de la corteza cerebral. La hipótesis de la integridad funcional es la que mejor explica actualmente cómo la crea el cerebro. El cerebro humano podría no haber evolucionado lo suficiente para entender cómo la materia se convierte en imaginación.
Imagine por un momento que puede usted penetrar en un televisor en funcionamiento para conocer lo que está ocurriendo en su interior. No creo que le haya pasado por la cabeza que allí dentro encontraría imágenes, colores y sonidos, como los que puede ver en la pantalla de ese televisor. Lo que hallaría serían miríadas de pequeñas e ininteligibles corrientes eléctricas que van y vienen entre los componentes de múltiples circuitos electrónicos. Esas micro-corrientes codifican la información que el televisor ha recibido por la antena de modo similar a como los puntos y rayas del código morse codifican los mensajes en el antiguo telégrafo. Cuando han procesado la información, los circuitos electrónicos del televisor convierten el resultado de su trabajo en las imágenes y sonidos que aparecen en su pantalla.
La consciencia, ese estado de la mente que nos permite darnos cuenta de nuestra propia existencia, de la del resto del mundo y de las cosas que pasan, es algo muy similar, pues no es otra cosa que el inteligible resultado del procesamiento de información que tiene lugar en el interior del cerebro. Es algo así como una pantalla mental donde el cerebro presenta continuamente la información que necesitamos conocer en cada momento para guiar el comportamiento. Pero eso no significa que todo lo que procesa el cerebro acabe produciendo un resultado consciente, pues hay mucho trabajo cerebral del que nunca nos enteramos.
La consciencia es un estado mental muy especial, íntimo y personal, pues sólo podemos sentir la propia consciencia y nunca la de los otros. Es decir, no hay manera de penetrar en la mente de otra persona como lo hacemos en la propia gracias a la consciencia. Más aún, no hay actualmente ningún medio científico que nos permita asegurar plenamente que las demás personas con las que convivimos son también seres conscientes como nosotros mismos, pues podrían ser sofisticados y perfectos zombis que se comportaran de modo idéntico a los seres conscientes, y ni nos enteraríamos. Quien aquí escribe podría ser uno de esos zombis, es decir un ser inconsciente tan perfecto que fuera capaz de comportarse de modo idéntico a un ser consciente. Usted, no lo notaría. Tampoco quien escribe puede estar seguro de que usted, lector, no sea otro de esos zombis, con capacidad extraordinaria para leer y comportarse como una persona consciente. En breve, mi consciencia es mía, y sólo mía. La suya, sólo suya.
Hay que añadir que no tenemos una consciencia separada para los sonidos, otra para las imágenes, otra para los olores, otra para las emociones, etc, pues todas ellas van juntas e integradas en la percepción consciente y única de cada momento. Eso sí, tenemos una enorme capacidad para cambiar los contenidos de la consciencia (lo que los filósofos llaman qualia) a gran velocidad y siempre que voluntariamente lo deseemos. Así, casi instantáneamente podemos cambiar de pensamiento, dejar, por ejemplo, de pensar en lo que estamos haciendo y pasar a imaginar que nos estamos bañando en una playa paradisíaca. Además, todo eso ocurre en continuidad, como en una película mental, pues la consciencia no la sentimos como una sucesión discontinua de imágenes o pensamientos, sino como percepciones que ocurren secuencialmente una tras otra sin apagones intermedios.
Una de las características más especiales de la consciencia humana es la de ser consciente de ella misma, es decir, no sólo somos conscientes, sino que además somos conscientes de que somos conscientes y podemos pensar en nuestros propios pensamientos. Pensar que pensamos, por así decirlo. A eso lo llamamos metaconsciencia o autoconsciencia, una capacidad que no sabemos si la tienen también otras especies animales. La metaconsciencia potencia extraordinariamente nuestra capacidad consciente haciendo que podamos razonar en profundidad para conocernos mejor, resolver problemas y tomar decisiones. El pensar en nuestro propio pensamiento puede también potenciar nuestras emociones y sentimientos haciéndolos más intensos y poderosos para controlar nuestra conducta.
Entre todas las percepciones conscientes que tenemos destaca la que nos permite sentir nuestra propia existencia y, con ella, la de que nuestra mente es algo inseparable de nuestro cuerpo, pues la sentimos como encerrada en él, desplazándose con él adonde quiera que va. Esa ubicación de la mente en los límites físicos del propio cuerpo es una poderosa percepción que también crea nuestro cerebro y ahora sabemos que alterarla es mucho más fácil de lo que pudiéramos creer dada su aparente solidez. Como han demostrado investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo, basta con desincronizar entre ellos algunos de nuestros sentidos, particularmente la vista y el tacto, para que podamos sentir de modo muy vivo y realista que nuestra mente abandona nuestro cuerpo, se separa de él.
Por otro lado, en la manera que tenemos de sentir nuestro cuerpo hay algo aparentemente misterioso. Es un hecho científicamente comprobado que las sensaciones y percepciones las genera el cerebro, pero no las sentimos en él, sino en la parte del cuerpo que es estimulada. De ese modo, si nos tocan en una mano sentimos el tacto en esa mano y si lo hacen en la cara lo sentimos en la cara, pero lo cierto es que son las partes de la corteza cerebral que reciben la información de las manos y la cara las que originan esas sensaciones conscientes. Ello lo demuestra el síndrome clínico conocido como "elmiembro fantasma", que ocurre en pacientes a los que se le ha amputado un brazo o una pierna y durante algún tiempo siguen manifestando tener sensaciones de tacto o dolor en el miembro del que carecen.
Gracias a la consciencia pensamos, valoramos las cosas, resolvemos problemas, y tomamos decisiones. La consciencia aporta mucha flexibilidad al comportamiento humano, mucha ventaja sobre lo que, alternativamente, pudiera aportar el más sofisticado robot. La gran pregunta, no obstante, es cómo el cerebro hace posible la consciencia. Tradicionalmente se ha considerado que el tálamo, una región del centro del cerebro relacionada con el procesamiento de información sensorial (visual, auditiva y táctil), es la estructura más importante para hacer posible la consciencia. Se pensaba así porque las personas que sufren daño en esa parte del cerebro pueden perder la consciencia o una parte de ella.
Pero recientemente se ha comprobado que cuando se anestesia a una persona ésta puede quedar inconsciente incluso 10 minutos antes de que las neuronas del tálamo se desactiven, lo que ha hecho sospechar a los investigadores que la consciencia más que en el tálamo radica en la corteza cerebral, y otros experimentos con técnicas de electroencefalografía y resonancia magnética funcional les han dado la razón. Ahora también creemos que la consciencia aparece y se hace más profunda cuando las neuronas de la corteza cerebral, sobre todo las de su parte posterior, que procesan diferentes tipos de información, se integran funcionalmente, es decir, cuando en vez de trabajar separadamente, cada uno por su cuenta, los circuitos neuronales de la corteza cerebral que procesan la información trabajan colectivamente, en equipo.
Con todo, lo más intrigante y difícil de explicar es cómo la actividad de las neuronas de la corteza cerebral puede generar imaginación y subjetividad, es decir, cómo la materia objetiva se convierte en imaginación subjetiva, o como, en palabras de un destacado periodista, la carne se convierte en pensamiento. La verdad es que no lo sabemos, lo que viene a ser como no saber qué es la imaginación, qué es la subjetividad, qué es, en definitiva, la consciencia. Algunos científicos creen que la consciencia no es más que un epifenómeno, algo que ocurre como consecuencia del funcionamiento del cerebro, pero que no sirve para nada, como el humo de un fuego o el ruido del motor de un coche. Otros creen que el conocer su naturaleza es sólo una cuestión de tiempo, y que, para ello hay que esperar hasta que las técnicas y la neurociencia avancen más.
Pero quien escribe tiene otra idea, pues sospecho que el cerebro humano podría no haber evolucionado lo suficiente para entender cómo la materia se convierte en imaginación. Del mismo modo que el cerebro de un chimpancé no tiene capacidad para entender, por ejemplo, lo que es y cómo resolver una raíz cuadrada, el cerebro humano podría no tener capacidad para entender lo que es la imaginación. Me hace pensarlo el hecho de que ni siquiera tenemos una hipótesis que pudiera explicarla. Es decir, aunque sin conocerlos podemos tener ideas sobre, por ejemplo, cómo serían los seres de otros planetas, con respecto a la imaginación somos totalmente incapaces de anticipar una idea hipotética sobre lo que pudiera ser, y eso complica mucho el problema, porque quien no sabe lo que busca puede no entender lo que encuentre. Es más, también pienso que, si supiésemos lo que es la imaginación, ese conocimiento serviría para poco más que para satisfacer nuestra curiosidad científica, es decir, sería de muy poca utilidad, y quizá por eso los mecanismos evolutivos no han hecho posible un desarrollo cerebral suficiente para lograr la comprensión de la consciencia.
¿Significa eso que la especie humana nunca podrá entenderla? Quizá no, porque si en un futuro lejano ese conocimiento se hiciera por alguna razón necesario para algo importante de la vida humana, el cerebro podría evolucionar para entenderlo, del mismo modo que evolucionó para hacer posible otras capacidades útiles o necesarias para la supervivencia. Pero entonces podría ocurrir algo inesperado. Ciertamente, un chimpancé no puede entender una raíz cuadrada, pero tampoco se pregunta qué es la consciencia. Ese problema lo tendrá cuando su cerebro evolucione y se convierta en un cerebro humano. Es decir, cuando el cerebro evoluciona y se hace más poderoso para entender el mundo aparecen también nuevos problemas, antes no imaginados, que serán el precio que tendrán que pagar quienes nos sucedan en el tiempo por tener el privilegio de desvelar el misterio de la consciencia.
[Nota: Una versión más amplia del presente artículo ganó el Premio Prisma de artículos de divulgación en Neurociencia, y fue publicada en el libro La aventura del cerebro, de la Editorial Siglantana, en 2014.]