TERESA URREA, LA MUJER QUE DESAFIÓ A PORFIRIO DÍAZ
Lejos de formar parte de los mitos extraordinarios de la historia oficial, o incluso de pertenecer al selecto grupo de héroes patrios, La Santa de Cabora es un personaje sin el cual no se podrían entender los primeros gérmenes de rebelión que a la postre desembocaron en la Revolución de 1910. Simbología religiosa o insurrecta por circunstancia, Teresa Urrea tuvo como campo de acción una región avasallada por el terror de Estado, ese Estado afrancesado que a cambio ofrecía un supuesto desarrollo económico sin precedente.
fuente: http://www.reversos.mx/ por: Mónica Loya Ramírez
Fue en la etapa más encarnizada de persecución y asesinatos del régimen de Porfirio Díaz, en donde esta mujer pone en aprietos a la Iglesia Católica, es decir, a una de las principales columnas que sostienen al dictador. La Santa de Cabora pide a sus pacientes tener un “trato directo” con Dios, sin intermediarios y habla de justica para los desposeídos. En el libro Tomóchic en Llamas, Rubén Osorio explica:
“Teresa Urrea es pacifista, predica la paz y la paciencia para poder conquistar la justicia. Mientras vive en México, nunca enarbola vaderas políticas ni promueve luchas armadas. Sin embargo, muy pronto el discurso de esta versión mexicana de Gandhi se convierte en perturbador: denuncia la injusticia del régimen, habla con vehemencia de la virtud y el vicio, de los buenos y los malos, del enorme poder de Dios; clama contra el abuso y la maldad, pide justicia para los desheredados y libertad para el hombre de bien; denuncia las condiciones de miseria en la que viven muchos mexicanos y se pronuncia en contra de los despojos de tierras y del genocidio del que son objeto indios mayos y yaquis”.
Así es como la llamada Santa de Cabora, exiliada en Estados Unidos, deja en los pobladores de Chihuahua y Sonora el cosquilleo por romper los grilletes de la dictadura, ese mismo que a la postre desemboca en grandes movimientos sociales. Y aunque la semilla que sembró Teresa Urrea más tarde derivó en brutales represiones, levas, exterminio de poblaciones enteras o descarados procesos de esclavitud, crudamente narrados en el México Bárbaro, de John Kenneth Turner, el legado de esta mujer sirve para entender el proceso pre revolucionario, ese mismo en donde se inició la cuenta regresiva del porfiriato.
Muchos entraron por la puerta grande a la historia nacional, muchos por méritos propios, pero muchos otros porque así conviene contar los hechos. Teresa Urrea no pertenece a ninguno de estos grupos, tal vez por la exclusión de género existente en la historia oficial, o tal vez por el avasallante centralismo en México, en donde la historia regional aparece al pie de página o en letras chiquitas. La historia de esta mujer, como se dice coloquialmente, se cuece a parte.
El 13 de diciembre de 1891, Lauro Carrillo -gobernador del estado de Chihuahua- le manda una carta al dictador Porfirio Díaz, en ella habla de los acontecimientos que han ocurrido en el pueblo de Tomochic lugar en el que, después de un cúmulo de abusos de las autoridades, los habitantes se han rebelado, en dicho documento resalta el nombre de una mujer: La Santa de Cabora. El gobernador explica a Díaz:
“Cruz y Manuel Chávez, Carlos y Jesús Medrano y Francisco Rodríguez como cabecillas embaucadores de algunos indígenas y vecinos de condición más humilde e ignorante que ellos, y a quienes les hicieron entender que en el Chopeque, rancho inmediato a Tomóchic había aparecido Dios y Teresita de Cabora, y que les había ordenado que no obedecieran más ley ni más autoridades que las de los hermanos Chávez, quienes eran los sacerdotes de la nueva religión”
Teresa Urrea, después llamada “La Santa de Cabora”, fue hija ilegítima, nació en Ocoroni, Sinaloa, México, 15 de octubre de 1873. Se dice que su padre, Tomás Urrea, próspero hacendado, la procreó al forzar a su madre, una joven de 14 años, a trabajar en su hacienda. La mayoría de las referencias destacan que la madre de Teresa era indígena de origen yaqui (McWilliams, 1968; Mirandé y Enríquez, 1982; Rodríguez y Rodríguez, 1972) o tehueco de Sinaloa (Holden, 1978; Meier, 1997). Sin embargo, la falta de documentos hace difícil de verificar y confirmar estos testimonios. En una choza y sin ningún tipo de educación formal, Teresa creció con su mamá y tía, que trabajaban en el rancho de Tomás Urrea.
Según Gillian Newell en su trabajo Teresa Urrea: ¿Una prechicana? Retos de la memoria social, historia y nacionalismo de los chicanos de los Estados Unidos. A los 16 años (1889), Teresa –por razones desconocidas- fue a vivir al rancho de su padre en Cabora, cerca de Álamos, entre los valles de los ríos Yaqui y Mayo, en Sonora, donde una sirvienta, apodada La Huila, le enseñó a curar varias enfermedades mediante hierbas.
En ese mismo año, Teresa sufrió un ataque cataléptico que la puso en trance profundo por dos semanas. La familia, creyendo que había muerto, preparó su velorio, en cuyo transcurso Teresa Urrea despertó, lo cual creó gran conmoción entre los asistentes. Lo primero que dijo al volver de su trance fue que el ataúd en el que estaba lo usaran para La Huila, porque moriría esa misma noche, lo que en efecto sucedió (Putnam, 1963; Vanderwood, 1998). Como resultado del ataque, comenzó a tener visiones y desarrolló una capacidad curativa (Dare, 1900; La ilustración espirita, 1892: 255-260).
Esos poderes le permitieron ver las aflicciones de las personas y curarlas mediante una combinación de imposición de las manos, frotación del área afectada con una mezcla de tierra con saliva –y en algunas ocasiones, con su propia sangre- y con remedios naturales. Se decía que de ella emanaba un sutil aroma de rosas y algunos intentaron recoger su sudor o lágrimas para usarlos como perfume (Holden, 1978; Pérez, 1993; Vanderwood, 1998).
Como Teresa consideraba que sus poderes eran dones divinos, no cobraba por el ejercicio de éstos, característica que se sumó a su carisma y espíritu personal. En tan sólo unos meses, miles de personas de todos los rincones del norte de México viajaron a Cabora para ser curados por Teresa, la Santa Niña de Cabora (Holden, 1978, Putman, 1963; Rodríguez y Rodríguez, 1972). Según Osorio, entre 1889 y 1892 es visitada en Cabora por más de doscientas mil personas en busca de curación.
Aunque no está claro si Teresa habló, de modo directo o no, en contra del gobierno de Porfirio Díaz, se sabe que sí se expresó en contra de la corrupción de la Iglesia Católica e incitó a la gente a amar a Dios directamente sin tener que pagar a esta institución por su “dirección”. Como la iglesia estaba aliada con el régimen porfirista, estos comentarios se interpretaron como “traición a la patria” y “herejía”.
En el libro Tomóchic en Llamas, Rubén Osorio relata que durante los años que vive en Cabora, Teresa aprende de su padre, Tomás Urrea – un hombre de mundo, rico, mujeriego, liberal, anticlerical, antiporfirista- la manera que el clero se sirve de la religión para engañar al pueblo; cómo, a sangre y fuego, Porfirio Díaz consolida su dictadura militar; como gobernadores y altos oficiales del ejército se enriquecen en Sonora masacrando a indios yaquis y mayos, arrebatándoles sus tierras para integrarlas a grandes propiedades privadas, y cómo las riquezas de México son entregadas a los extranjeros por el gobierno de Díaz de una manera irracional.
A la influencia de su padre se añade la de Lauro Aguirre, un ingeniero chihuahuense, metodista, espiritista, furibundo anticlerical, periodista, político perseguido y antiporfirista rabioso. Para cuando Teresa Urrea se convierte en “La Santa de Cabora” ya tiene una posición:
“Entiendo yo por iglesia católica y apostólica a las doctrinas enseñadas por Jesús y los apóstoles y que los apóstoles sustentaron con relación al medio social y a las preocupaciones de su época; y no entiendo por iglesia católica y apostólica a ninguna de las religiones positivas que se dan ese nombre para explotar y engañar a los hombres con la autoridad del Maestro y Salvador Jesús”[1]
Una mujer, con poderes místicos -atribuidos por una población abandonada por el gobierno y cansada de los abusos de poder- que habla de la justicia y del amor por los demás y despotrica en contra de la iglesia se convierte en un peligro para la endeble estabilidad de un régimen que está a punto de caer. Con estos antecedentes no es de extrañar que sea la inspiración del movimiento rebelde que se origina en Tomóchic y que termina en una horrorosa masacre a todo el pueblo ordenada por Porfirio Díaz con el argumento de que había que “cuidar la imagen para proteger la inversión extranjera”.
En el libro Pancho Villa, de Friedrich Katz, se habla de la influencia de Teresa Urrea en el levantamiento de Tomochic y hace una construcción del entorno en la época del levantamiento. Para el historiador austriaco la rebelión estaba inspirada no sólo por causas sociales y económicas, sino también por factores y convicciones religiosos. Al parecer –expone- en el curso del siglo XIX, la influencia de la iglesia católica sufrió un proceso de erosión en la región de las montañas occidentales de Chihuahua. En el periodo colonial, los misioneros jesuitas y franciscanos habían tenido intensa actividad en esa parte de la Nueva España. De hecho, un misionero se estableció durante muchos años en el propio Tomochic y convirtió a los indios tarahumaras que vivían ahí originalmente.
Dado que los indios se mezclaron por matrimonio con los españoles, las raíces del catolicismo parecían firmes e inquebrantables. Pero la expulsión de los jesuitas por las autoridades coloniales y el debilitamiento de la iglesia en México independiente modificaron ese estado de cosas.
En Tomochic, para el momento de la rebelión, se había desarrollado una especie disidente de catolicismo con raíces populares. La mayoría de los habitantes eran seguidores del culto surgido en torno a una muchacha de dieciocho años en Sonora: Teresita, conocida como la Santa de Cabora. Teresita tenía visiones de Cristo, predicaba un credo humanista y se decía que realizaba milagros y curas.
Por entonces no llamaba a la rebelión ni a la revuelta social. La interpretación que le dieron a sus enseñanzas los habitantes de Tomochic se debió más a su dirigente y vocero, Cruz Chávez, que a la propia Santa de Cabora. Chávez fue quien declaró, en nombre de la mayoría de los habitantes del pueblo, que después de su conflicto con el presidente municipal no reconocerían otra autoridad que la ley de Dios, y el fue quien convenció a sus seguidores de que Teresita legitimaba su resistencia a la autoridad. Con el fin de confirmar esa opinión y renovar su fe, cuando se fueron de Tomochic decidieron ir en peregrinación a Cabora, para ver a la santa, pero no la encontraron.
Según la versión de Katz, la influencia de la Santa de Cabora en el levantamiento de Tomochic fue más por su utilización por parte de Cruz Chávez que por una participación directa, sin embargo, también se infiere que fue, a pesar de ella, una inspiración en el movimiento.
Bibliografía:
-Frías Heriberto. Tomóchic. México. Porrúa. 2004
-Osorio Rubén. Tomóchic en llamas. México. D.F. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 1995
-Martínez Assad Carlos. Los sentimientos de la región. México. INEHRM-Océano.2001
-Katz Friedrich. Pancho Villa. México. Era. 1998
–Domecq Brianda. La insólita historia de la santa de Cabora. México. Planeta, 1990
-Kenneth Turner John. México Bárbaro. México. Codemex. 1965
–Chávez José Carlos. Peleando en Tomochic. Ciudad Juárez. Imprenta Moderna, 1955
–Teresa Urrea: ¿Una prechicana? Retos de la memoria social, historia y nacionalismo de los chicanos de los Estados Unidos. Gillian Newell, Frontera Norte, julio – diciembre, año/ vol. 14, número 028 Colegio de la Frontera Norte, Tijuana México.
[1] El Independiente, entrevista. 1896